Levantarme
de las hostias contra el asfalto
de los altos y los bajos.
Alzar la vista
soltar las manos;
romper el silencio
con canciones del verano
y gritar,
gritar muy alto
porque duele,
porque sí,
porque me lo he ganado;
por mis rodillas raspadas
y los chinarros clavados en mis manos.
Porque decirte “adiós”
no fue tan duro
si no fuera por ese fantasma
que dejó tu abrazo.
Desde pequeñito supe que las rodillas siempre iban a tener desconchones. Y que hay fantasmas que asustan, o que hablan de «fúrgol» a lo que les da la garganta, pero los peores son los que queman por dentro.
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Pues tienes toda la razón. Pero los fantasmas caminantes y vociferantes a veces fan más miedo, no creas. Porque son más difíciles de eliminar.
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En total desacuerdo. Para los grandes y vociferantes, lo mejor es un sartenazo. Para los que te queman el alma, no hay remedio salvo enquistar tu corazón.
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Y porque ese grito despierta a otros y los ayuda a levantarse. Hay heridas, hay fantasmas que nos ayudan a ser lo que somos 😉
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Desde luego. Más orgullosa que de mis victorias lo estoy de mis cicatrices.
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Todo suma y nos hace y nunca dejamos de hacernos 😉
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Y porque el que no cae desconoce la satisfacción victoriosa de conseguir levantarse. Me ha gustado mucho el poema. Un abrazo y buen fin de semana.
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También es verdad. buen fin de semana para ti tb
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Maravilloso, me hizo recordar un sin fin de cosas. El final, inesperado. ¡Felicidades! No cualquiera sutura las heridas con el fino hilo de la poesía.
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Gracias, Isabel. La verdad es que la poesía no es lo mío, pero de vez en cuando me sonríen las musas.
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Ojalá lo sigan haciendo. ¡En hora buena! 🙂
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