RETRATO DE FRENTE Y DE PERFIL

Nací en una mala época para modernidades. Mi padre, en cuanto le dijeron que ya había nacido, se plantó en el Registro Civil con la intención de ponerme Álvaro, pero el señor que tenía que apuntarme, al borde de la jubilación y sin descendencia, ignoró la decisión de mis padres y me encasquetó el nombre de su abuelo que, decía, se iba a perder. Y así quedé pa los restos como Cutberto Recio Galán, fíjense en la ironía.

A pesar del lastre (y el recochineo) que mi nombre suponía, más de una compañera de clase me hacía ojitos al acabar la primaria; pero llegó la hora del estirón y me quedé a medio estirar, con un metro sesenta y algún kilo de más que no domo ni con todas las dietas del mundo. Eso sí, como heredé los ojos de mi abuelo paterno, que me dan un aire a Paul Newman, y gasto un pelazo que pronto se entreveró de canas soy, a mis treinta y pocos, lo que se dice resultón. Y no me como una rosca, quizá porque pronto empecé a alejarme de la imagen de Newman en La gata sobre el tejado de zinc para acercarme a Brando en Don Juan de Marco. Debe ser por eso, porque estilo no me falta: me encanta la moda, y sigo las tendencias. Mi armario se nutre de todo lo que haya llevado una celebrity.

Mi afán por acaparar prendas ha llegado a rozar la demencia. Nunca tiro nada, no se vaya a poner de moda dentro de un par de años, y mi madre, que es una madre madre, me ha sugerido en no pocas ocasiones que acuda a un experto en acaparamiento. Me temo que la idea la sacó de uno de esos docu-realities que ve en televisión. Y todo porque me pilló la factura de un trastero donde guardo los frascos de colonia (de firma, claro) y todo lo que ya no puedo meter en casa, a pesar de que hice obra para convertir la salita en vestidor.

Voy a desfiles, he hecho un curso de patronaje y, aunque allí he conocido muchas chicas, sigo sin pareja. Quedamos para tomar café, se ríen mucho, incluso me piden consejo pero, a la que me descuido, se marchan colgadas del brazo del primer cachitas que se encuentran.

Empiezo a pensar que no valgo ni para Recio ni para Galán y que soy un simple Cutberto de tres al cuarto por culpa de la condena que me impuso el funcionario del registro.


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