Y me desvelo cuando pienso
en la música que hacíamos mientras respirábamos nuestra piel,
el tambor de sus dedos sobre mi espalda,
tus labios, mi lengua siempre sedienta de cualquiera de los dos;
todo lo que éramos capaces de crear sin ser oídos:
un murmullo entre los árboles que se perdía con el viento,
una canción de amor que soslayaba los ocasos.
Una banda sonora solo apta para estrellas fugaces.