Los besos plantados

En aquel campo, entre las amapolas, la gente iba dejando los besos que les plantaban; besos como los de abuela, que a veces pinchan, pero llenan de alegría el corazón; besos como los de amiga en medio de una fiesta, con su marca de carmín en la mejilla; besos como el primero, inesperados y tímidos; besos como los de buenas noches de papá y mamá, que colocan en la frente un hilito alrededor del cual se construyen los sueños bonitos; besos de reencuentro, de “nos vemos pronto”, de “gracias por estar a mi lado”…

Y de todos esos besos plantados creció un bosque entre cuyos árboles manaba un río, correteaban los ciervos y siempre encontraban flores las abejas.

THREESOME

Ser río entre vuestras orillas, romper las presas, desbordarme en los bajíos, que me acojáis con la dulzura de las lagunas que forman vuestros ojos, deshacerme en pequeñas olas besando vuestros márgenes de hierba fresca, y no sentirme prisionera por el cauce en el que me mantenéis a salvo de miradas indiscretas, con barreras de juncos y maleza que solo dejan sitio para las ensenadas en las que nos tumbamos bajo un sol oscuro amaneciendo entre la niebla.

EL CLUB DE LAS MEDIAS SONRISAS

En el Club de las medias sonrisas hay miradas cómplices, besos furtivos almacenados en tarritos de cristal y tapetes de ganchillo en los respaldos de los sofás; los retratos de sus miembros (pasados y presentes) a contraluz, un grifo que gotea y unas cortinas de macramé; un portero sin guantes ni elegancia y un libro de visitas; una colección de ramos de novia desecados y de puntas de corbata de recién casado; hay también un pozo seco con las cartas de amor no correspondido y todos los domingos sirven pastas con el té.

En el Club de las medias sonrisas hay murmullos de “tequieros” que nunca se dicen del todo y de suspiros de primer beso entre dos enamorados; hay una banda de jazz todos los jueves y, una vez al mes, se hace limpieza general.

COMO EL GATO DE CHESHIRE

Como el gato de Cheshire

asoma tu sonrisa en la luna menguante,

me guiñas un ojo entre dos constelaciones

y me miras con la roja indiscreción

de un Marte que no me atormenta.

Como el gato de Cheshire

tu silueta se desdibuja en las nubes

(medio blancas, medio moradas)

que cruzan un horizonte de sombra de árbol,

de aleteo de pájaros que aún no rompieron el cascarón.

Luego recuerdas que no me llamo Alicia,

ni caí por un agujero persiguiendo un conejo blanco;

que yo soy la que lleva colgando al cuello

un reloj de arena;

que ni siquiera me hace burla

mi querida Liebre de Marzo;

que el Sombrerero Loco

nunca me invita a tomar el té.

Y, como el gato de Cheshire,

guiñas los ojos, sonríes,

y te desvaneces.