Cuentan que Vid y Olivo se enamoraron por mediación de los girasoles y estos encomendaron al ratoncito de campo que organizara la boda. Ni corto ni perezoso, el pequeño ratón recorrió todos los sembrados y barbechos buscando el mejor lugar donde celebrar las nupcias, pero llegó al límite del mundo de los humanos sin haber encontrado un rincón lo suficientemente especial como para acoger el evento. Vio entonces a la salamanquesa que trepaba por la pared de la primera casa.
—Hermana salamanquesa— le dijo—. ¿No sabrás por casualidad, tú que recorres tantos lugares, de un sitio donde celebrar las bodas de Vid y Olivo?
—Alguno conozco—- respondió altanera—, pero no sé si servirá, pues estará dentro del territorio de los hombres.
—Si merece la pena, correremos el riesgo— sentenció el ratón.
—Entonces lo buscaré y mañana lo cuento— se comprometió la salamanquesa, y desapareció tras la farola.
Escurridiza como ninguna, pasó de muro a muro y descendió hasta la plaza del pueblo donde las palmeras se elevaban sin más límite que el cielo. Observó con calma todas las fachadas y entonces vio a la cigüeña descansando en su nido sobre el tejado blanco y azul de la iglesia.
—Hermana cigüeña— le dijo— ¿No sabrás por casualidad, tú que todo lo ves desde tan alto, de un sitio donde celebrar las bodas de Vid y Olivo?
—Alguno conozco— respondió la cigüeña—, pero no sé si servirá, pues estará muy arriba.
—Si merece la pena, dice el ratón que correrán el riesgo— repitió la salamanquesa.
—Entonces lo buscaré y mañana te lo cuento— se comprometió la cigüeña.
La cigüeña sobrevoló el pueblo, con su sombra persiguiéndola por los adoquines, pero las calles eran estrechas y a veces no alcanzaba a ver lo que había en ellas. Fue entonces cuando vio a las golondrinas.
—Hermana golondrina— le dijo a una de ellas— ¿No sabrás por casualidad, tú que anidas bajo los aleros, de un sitio donde celebrar las bodas de Vid y Olivo?
—Alguno conozco— respondió la golondrina—, pero no sé si servirá, pues estará en el medio del pueblo.
—Si merece la pena, dice la salamanquesa que ratón está dispuesto a correr el riesgo— informó la cigüeña.
—Entonces mis hermanas y yo lo buscaremos y mañana te lo cuento— se comprometió la golondrina.
El eco corrió de balcón en balcón, de alero en alero, y todas las golondrinas y vencejos se afanaron en buscar un lugar digno de tal honor.
Encontraron un rincón lleno de flores custodiadas por leones, pero pronto lo descartaron por pequeño; a la sombra del teatro encontraron espacio suficiente, pero les pareció demasiado grande; los limoneros frente a la ermita daban buena sombra, pero les pareció demasiado peligroso; bajo el palio de cerámica de una vírgen vestida de pastora les pareció sacrílego; el parque viejo lo descartaron por el graznido de los patos y el nuevo, a pesar de sus colores, por el ruido del tren.
—¿Será posible?— se entristeció la golondrina— ¿Es que no hay donde casar a esos dos?
Entonces vio a la luna en el cielo.
—Hermana luna— le dijo— ¿No sabrás por casualidad, tú que todo lo iluminas en la oscuridad de la noche, de un sitio donde celebrar las bodas de Vid y Olivo?
—Alguno conozco— respondió la luna—, pero no sé si servirá, pues está más allá de las vías y la carretera.
—Si merece la pena, me ha dicho la cigüeña que salamanquesa y ratón están dispuestos a correr el riesgo— informó la golondrina.
—Entonces diles que, hacia el norte, hay un río del color del atardecer, y que yo les iluminaré el camino, si me dejan ser la madrina— se comprometió la luna.
La golodrina le dio las gracias y voló al campanario donde vivía la cigüeña para darle la buena nueva; ésta le agradeció el trabajo con el crotar de su pico y buscó a la salamanquesa que, tan pronto fue informada, reptó hasta la última casa del pueblo para contárselo todo al ratoncito.
¡Qué contento se puso el ratón! Estaba tan feliz mientras corría a contárselo a los girasoles que ni el halcón se dignó en molestarle.
Decidieron celebrar la boda a la noche siguiente y lo prepararon todo para partir con el último rayo de sol. Pero hete aquí que las gentes del pueblo, con tanto trasiego, se enteraron de las incipientes bodas de Vid y Olivo y también quisieron participar, así que alfombraron las calles con flores y sacaron sus macetas a las puertas, gritaron vivas desde sus ventanas y balcones e hicieron tocar las campanas de las ermitas y la iglesia mientras la comitiva de los novios atravesaba el pueblo amparada por los rayos de luna llena. Les cantaron coplas viejas que hicieron sonrojar a la novia, hermosa con su corona de hojas y uvas, mientras el novio lucía orgulloso sus aceitunas al tenue brillo de las estrellas y, en agradecimiento, Vid y Olivo se comprometieron a regalar cada año su vino y su aceite.
Como, sin la ayuda de los animales, nada de esto habría sucedido, el ayuntamiento decretó por bando municipal que la cigüeña tendría siempre un hogar en lo alto del campanario, que la salamanquesa quedaría retratada en la fachada del teatro, que golondrinas y vencejos anidarían bajo los balcones a placer y que el pequeño ratoncito… Bueno, al pequeño ratoncito decidieron dejarlo correr por los campos tranquilo y él se puso la mar de contento.