LIBRO NUEVO

Después de siete años me lanzo de nuevo a la aventura de publicar un libro y lo hago con una obra de prosa poética. Confieso que la intención inicial era una novela sobre las relaciones entre tres amigos, pero los sentimientos de una de los protagonistas brotaron tan nítidos que se convirtieron en una historia por sí sola.

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LA NOCHE EN QUE LA CASA QUISO SALIR CORRIENDO (ejercicio de intriga)

Primero se oyó el rasgar de una teja que caía a lo largo de la fachada y luego la casa empezó a temblar. El matrimonio dejó sus lecturas y salió al pasillo. Desde allí se oía el crujido de las hojas que el viento estrujaba contra los canalones, el repiqueteo de una contraventana en el dormitorio principal y un goteo leve pero constante en el grifo del patio; aunque por la ventana se veían los árboles quietos, la casa seguía temblando.

Entonces, sobre el tronco de la chimenea, cayó un ladrillo y después otro, y otro más. Se combaron los estantes que había a los lados, una avalancha de libros se precipitó cuando los basares quebraron por la presión. La loza de la alacena acompasaba su tintineo con el grifo del patio, con la contraventana del piso superior, y la casa temblaba.

Hubo un silencio denso, palpable; un estallido bronco que resonó por todas las cañerías.

La casa tosió cenizas y el esqueleto de un pájaro sin dejar de temblar.

El salón se llenó de hollín y pedacitos de cemento.

Por último, a través de la chimenea, entró la luna y apagó el fuego.

TODAY III

Esa pena que arrastro hoy sin sentido (sin secretos porque no es nueva) a veces nace de los sueños, a veces del cambio del viento; esa pena, que me hunde los hombros, me atenaza el pecho sin remilgos porque es mía y sabe de dónde viene, aunque nunca sabemos hasta dónde va, quizá hasta agosto, hasta noviembre…

Esa pena a veces se queda un año sin dejarme dormir y, cuando no está, una parte de mí la echa de menos; no por la pena, sino por el sendero que lleva a ella, a esa pena, que más que pena es cansancio, es saber que no estás donde debes mientras los de tu especie te gritan en sueños: «Vuelve a nosotros, regresa«.

Esa pena de ser de un lugar perdido en el tiempo y en la memoria del resto de mujeres y hombres; de saberse inferior y superior en un mismo momento.

Si tan solo…

Pero la posibilidad no existe, no llega, a pesar de que el viento se ha llevado el verano que parecía estar aquí, a pesar de que el viento (que a veces es mi amigo) se niega a traerme otoño o invierno, solo disfraza a junio de marzo y luego se marcha, tan campante, en dirección opuesta a la que ha venido. Y yo me quedo esperando a las hogueras de agosto, con su crujido entre los trigos maduros, aunque sé que, lo mismo, el mal viento se quedará hasta el tiempo de las calabazas y quizá más allá. Y la idea me aterra, y me consuela, y me encoge los músculos de las piernas para que no pueda salir corriendo o ir más rápido que el calendario.

«Este año será como ellos quieran, como siempre.” Me digo.

Mira que eres terca, mira que no aprendes.» Repiten las voces de los de mi especie que se esconden entre los pétalos de los girasoles como el año pasado se escondieron entre los terruños de los campos en barbecho.

«Mira que no aprendes.» Repiten, como si no les hubiera oído la primera vez.

Y vuelve a rolar el viento, los sueños no cesan, encuentran siempre un atajo entre el hielo o el aire ardiendo, y se presentan, y al principio sonrío murmurando: «De nuevo estás aquí«, aunque sé por experiencia que, pasadas dos o tres noches, empezaré a arrastrar esa pena.

A BALCOEIRA

Oculta entre las rocas, se moja los pies con la espuma de las olas que a veces se entregan a ella, a veces se van; como el brillo del sol o de la luna que la hacen guiñar los ojitos cuando mira a la ría,

más allá del estrecho de mar.

Hace tiempo que el viento no agita su pecho, que no pide permiso a las ramas para pasar; ya no se apartan de su camino las caracolas ni la dejan tranquila las gaviotas con su graznar.

Y aún así, que pareciera triste y sola, cuenta sus monedas con cuidado, entrega suspiros a los marineros que pasan por allá.

Y tiembla, (oh, claro que tiembla), con el recuerdo de los ojos que la llevaron a ese lugar.

Si se hiciera noche un día en su pecho, si dieran con ella los turistas, los curiosos, los que la buscan para preguntar… pues cuentan, dicen, que ve el futuro, que adivina los amores y las muertes, que puede crear tempestades a voluntad.

Y ella se sonríe de los ilusos, pues ella solo es moura, como si no fuera ya suficiente, y su único poder es hacer compañía al mar.

Texto inspirado en A Balcoeira de Pancho Álvarez.

COSAS QUE PUEDEN PASAR UN DOMINGO II

Como si de una plaga de langostas se tratara, una avalancha de científicos se instaló en el único hostal del pueblo.

Unos meses antes, un turista había grabado un vídeo que se hizo viral, y así se propagó la noticia de que, en Villalugos, los vecinos nadaban por las calles dando brazadas en el aire, y esto era así salvo cuando tenían que cargar con cosas, que recurrían a carros pequeños tirados por palomas a las que indicaban el camino tirando al suelo miguitas de pan.