EL CABALLERO BURLADO
Bajóse del caballo y brillaron las espuelas al chocar con el suelo. Se acercó a la niña que le seguía unos pasos por detrás, el pelo dorado en larga trenza y coronado de flores. En las mejillas el rubor de la adolescencia y en sus ojos una malicia titilando entre las pestañas, engrandecido por el asomar de sus dientes como perlas entre la rosa de sus labios.
—Te amo, niña preciosa, pero miedo tengo de la maldición que me llevas.
—Demonios peores que una pobre muchacha habrás conocido.
—Caballeros sanguinarios he vencido. Jamás me di por rendido en combate hasta hoy, que me desarman tus desvelos.
Algo había en sus susurros, en el lánguido caer de sus párpados que le impulsaba a besarla, pero no podía. Le temblaban las rodillas ante la visión de sus huesos hechos cenizas en medio del camino. Su madre le había advertido sobre el peligro de la belleza inocente y la niña no había mentido sobre su condena, pero era tan bonita. El caballo resopló sacándolo del embrujo de sus brazos desnudos y de la promesa de amor y dicha que emanaba de su cuello.
—No podría tenerte aunque quisiera, pues he de desposarme con la princesa de Francia de aquí a tres días.
—Déjame pues, ¿qué voy a poder darte yo, pobre como una avellana, que no pueda darte ella multiplicado por mil, salvo desgracias?
—Con ella me casaré, pero mi corazón será siempre tuyo.
Volvió a subirse a la montura y arrancó unos pasos por delante de la niña. Notaba en la nuca sus ojos azules, el aroma de su vestido, le susurraban sus pies acariciando el suelo.
A las puertas de París, volvió a bajar de la montura y descubrió que ella reía; de su rostro había desaparecido la inocencia y todo él reflejaba ahora enojo y malicia.
—Tonto caballero. Yo soy la princesa que habrías de desposar en tres días de haberme dado una oportunidad de amarte, pero la princesa de París no se casa con cobardes que se asustan de maldiciones escupidas sobre muchachitas hermosas.
Basado en el Romance de El caballero burlado.