Como ya ha llovido (poco, pero ha llovido) y nos hemos quedado con ganas de más, aquí os dejo un precioso adelanto del libro ilustrado Haremos que llueva que saldrá dentro de poco, con ilustraciones de Elena Gromaz Ballesteros (a la que reconoceréis por Conn, el selkie en este mismo blog) y textos de la desdichada detrás del salmón.
Este fragmento se titula Septiembre y, con él, damos la bienvenida al mes de los comienzos, del olor a libros nuevos y a un otoño que llevamos esperando un verano entero.
A veces pasa que un amigo tiene otro amigo que cree que se llevaría genial contigo; más o menos esa es la historia de cómo Elena Gromaz y yo nos conocimos.
Yo tenía un cuento: Lobo y el Pedro, y Elena tenía una manera mágica de ilustrar (y adora a los lobos ¿Qué más podía pedir?) Martes de Cuento nos reunió y fue un flechazo (en lo artístico y en lo personal).
Desde entonces hemos decidido hacer pareja artística recurrente, como podéis comprobar en la publicación de ayer: Conn, el selkie.
Podría deciros muchas cosas sobre Elena como persona (que es más maja que las pesetas, que es una buscadora incansable de proyectos y que se ilusiona con el vuelo de una mariposa), pero hoy quiero hablaros de su trabajo como ilustradora, para que podáis disfrutar de sus dibujos (con artes tradicionales o digitales) a través de su web o su Behance, en el que descubriréis que no solo ilustra para niños, aunque le encanta.
Al margen de Elena, o de la persona que hay detrás de las manos de Elena, a mí me enamoraron sus líneas y sus colores. Ese desenfado que pone de buen humor con solo ver sus dibujos; no sé cómo consigue decir tanto con tan poco (aparentemente).
Hoy, dejaré que sean sus obras las que hablen por mí (y por ella), porque lo hacen de maravilla.
Daos un garbeo por su Facebook o su Pinterest. Os aseguro que saldréis con ganas de más.
—Cuida dónde dejas tu piel— le advirtió su madre la primera vez que salió solo a explorar entre las rocas.
Pero él era adolescente e impulsivo, y las advertencias sonaban a miedos infundados. Despojado de su apariencia animal, su piel humana recibía los cálidos rayos del sol.
La niña se acercó con temor; nunca había visto a un hombre desnudo.
— ¿Quién eres?— preguntó la niña — ¿Esto es tuyo?— Levantó la piel de foca.— Yo que tú tendría más cuidado con dónde pongo mis cosas.
Y él tuvo que darle la razón; ahora las advertencias de su madre no parecían tan absurdas con aquella muchacha sosteniendo su pellejo delante de él, ignorante de lo que el gesto significaba.
— Poco importa quién era yo antes de ahora— acertó a responder —, porque seré tu marido.
—Y ¿para qué quiero yo un marido?
—No es para qué, es por qué.
— De acuerdo ¿por qué quiero yo un marido?
— Porque tienes mi piel.
— Yo no quiero tu piel, ni un marido.
— Pero no hay elección, soy un selkie y tú tienes mi piel
La muchacha trataba de comprender.
— Empecemos de nuevo. Yo me llamo Siobhan, ¿y tú?
— Conn— respondió con desgana.
— Hola, Conn ¿de dónde vienes?
— Del mar.
— Eso es imposible.— Rió ella.— Nadie vive en el mar, excepto los peces.
— Y las focas— puntualizó.
— Y las focas, tú lo has dicho. Pero no pareces un pez, ni una foca.
— Porque soy un selkie.
— Y ¿qué es un selkie?
— ¿Sabes qué? Nada, un selkie no es nada, me lo he inventado ¿Me devuelves mi piel?
Empezaba a cansarse y quería alejarse de aquella joven tan impertinente. Siobhan dudó un momento.
—No. Quiero que me cuentes cosas sobre los selkies.
—Ya te he dicho que me lo he inventado.
—A mí eso me da igual, invéntate más.
Se sentó en las rocas, lo suficientemente lejos de él como para que no pudiera coger la piel y lo bastante cerca como para no tener que gritar. Conn siguió callado mientras ella le miraba con sus ojos redondos. Pasado un rato, el muchacho decidió seguirle el juego.
—Está bien, un selkie es una foca, pero no es una foca; es un humano, pero no es un humano.
— ¿Como las sirenas?
—No exactamente. Un selkie es foca cuando es foca y humano cuando es humano.
—No lo entiendo.
—Devuélveme mi piel y te lo mostraré.
—No pienso devolvértela hasta que no termines de contármelo todo. — Conn intentó protestar. — He dicho que te la daré cuando termines. — Y se alejó un poco más.
—Mira. — Se decidió al fin. — Explicarte lo que soy resulta muy difícil si nunca has oído hablar de los míos. O de algún ser parecido.
—No soy tonta. Prueba y verás qué pronto lo entiendo.
Sonrió con calidez, sin un ápice de ofensa en su voz, como si aquella conversación fuera algo íntimo y divertido. Como si hablara con un amigo.
— ¿Conoces alguna leyenda sobre animales que no son lo que son? — se atrevió a preguntar él buscando un punto de partida que le permitiera contarle todo rápido y recuperar su piel antes de que el sol se pusiera.
— Me sé muchas de druidas que huyeron de sus enemigos convirtiéndose en jabalíes, ciervos y salmones, pero ninguna en que se quiten el pellejo.
—De acuerdo. Entonces un selkie es algo parecido a esos druidas; si nos quitamos la piel somos personas como tú; si nos la ponemos somos iguales a cualquier otra foca.
—Los druidas de las historias no eran como otros ciervos, jabalíes o salmones, siempre tenían algo distinto. — Hiló ella, y Conn se vio intrigado por las capacidades de los protagonistas de semejantes aventuras. — Digamos que te creo, y que me creo que puedes convertirte en foca si te devuelvo esto. — Señaló levemente la sombra que parecía la piel a su lado. — ¿Cómo decides cuándo tienes que ser hombre o foca?
—No sé, hago lo que me apetece. Igual que tú no decides todo lo que haces.
Siobhan se quedó un momento pensando antes de responder.
—Pues yo esperaba otra cosa. Esto que me cuentas es como cambiarse de capa, nada más. Los druidas huían cambiando de forma para que los hombres malos no les encontraran, o para que un rey no pudiera vengarse de una maldición. Pero imagino que, ser un selkie, no es tan emocionante.
Conn se sintió ofendido.
—Ser un selkie es genial. Quizá no podemos ser más que humanos o focas, pero no vamos cabreando a hombres y reyes. Hoy me he librado de ser devorado. ¿Eso no es emocionante?
—Supongo— respondió Siobhan condescendiente.
—Y, además, ahora estoy intentando recuperar mi pellejo para no convertirme en tu marido.
—Y dale con lo del marido. Eso todavía no me lo has contado.
—Dime, Siobhan. ¿Alguno de tus druidas se transformó para huir de ser casado?
—No, que yo sepa.
—Pues ese es el mayor miedo de los míos, que aparezca una niña entremetida y no quiera devolvernos nuestra piel.
Siobhan ignoró la acusación y, cogiendo el pellejo lentamente, se lo colocó encima. No sabía muy bien qué esperaba que sucediera tras aquel gesto, pero se sintió decepcionada al ver que no pasaba nada.
—Esto solo es una piel, nada más, y tú eres un mentiroso que se ha decidido a convertirse en mi marido contándome cuentos de hadas.
—No, no, te lo prometo. Todo lo que te he contado es verdad. Devuélveme lo que es mío y lo verás.
—Y ¿qué dices que sucederá si no lo hago?
—Que me tendré que casar contigo— repitió Conn harto de dar vueltas a lo mismo una y otra vez.
—Y ya casados ¿Qué?
—Dijiste que no querías un marido.
—Bueno, ahora no, pero a lo mejor un día me viene bien tener uno.
—Pues ni idea ¿Para qué sirven los maridos por aquí?
—Para traer leña, salir a cazar, a pescar… Y para tener hijos, creo. Pensándolo bien, salvo esto último, lo demás puedo hacerlo yo sola.
—Entonces ¿me querrías para tener hijos?
—No sé, creo que no. Para eso me sirve cualquiera y, si es verdad todo lo que me has contado, no me veo con ganas de explicarle a todo el mundo porqué mis hijos parecen focas. — Se quedó pensando un momento más, se levantó de su piedra, y se acercó a Conn. —Toma, ya no lo quiero. Y ten más cuidado la próxima vez. Quizá la siguiente que se lo encuentre sí quiera un marido.
Sonrió con dulzura y se alejó saltando entre las rocas.
Conn se quedó solo con su piel de foca, pensando que, si alguna vez una niña se tenía que quedar con ella, preferiría que fuera Siobhan antes que cualquier otra.
¿Quién dijo que los chicos no sufren por amor? ¿Que no se comen la cabeza?
No es que me guste que la gente lo pase mal, pero, puestos a romper estereotipos de género, creo que este es importante y Alfonso Casas lo refleja a la perfección.
Si dije de Sara Fratini que me gustaba su forma de reflejar a las mujeres, lo mágico de Alfonso es el viaje hacia la intimidad y las inseguridades que, sí, también afectan a los chicos, como el protagonista de su comic “El hombre sin alma”.
Encuentro arrebatadoras las ilustraciones que comparte en su Instagram y Facebook, la mayoría basadas en mensajes y frases que, sin embargo, no pierden su esencia pictórica.
Os recomiendo que os paséis por su blog y que echéis un vistazo a sus redes sociales; no os va a dejar indiferentes.
Hablar de Sara Fratini es fácil y complicado al mismo tiempo. Me consta que es una artista reconocida a nivel mundial, pero eso no quita para que sea una persona cercana. Pertenece a esa generación de ilustradoras que se han abierto camino en los últimos años, cuyos trabajos se hacen reconocibles en un instante, como Agustina Guerrero, Pedrita Parker, Ana Belén Rivero, Moderna de pueblo, Ana Oncina… A algunas las conoceréis seguro, y si no, calma, que ya os hablaré de ellas.
Sara me tiene fascinada desde hace mucho tiempo. Sus protagonistas, aparentemente sencillas y reales, suelen cautivar a muchas mujeres, no sé si porque se sienten identificadas o porque su sencillez deja que nos centremos en cómo son por dentro. Sí, por dentro. Echadle un ojo a sus libros sobre Martina y entenderéis lo que os digo.
Son ilustraciones en blanco y negro, si acaso una pincelada de rojo en las mejillas o los labios, pero no falta el color; de hecho, hasta jurarías que están hechas a todo color. Tal es la magia de Sara. Con cualquiera de las viñetas en su Instagram, el espectador se ve reflejado.
Sin embargo, desde mi punto de vista, puede que su mejor trabajo sean los murales. Paredes enteras con sus personajes, con su mundo, que no deja de ser el de todos y cuyo talento contribuye a hacerlo un poco mejor.
Podéis seguir su trabajo en la web de Sara Fratini, o en cualquiera de sus perfiles sociales (Facebook y Twitter).
Estoy convencida de que no os dejará indiferentes.
El trabajo de Raúl me asaltó (así, en plan bandolero) durante la Feria del Libro de Sevilla de 2016, y no pude resistirme.
¿Cómo iba a hacerlo cuando la portada azul de “Érase” me miraba con ojitos y me contaba una historia sobre las palabras?
Si a eso le añadimos que Raúl estaba allí, firmando ejemplares, el botín estaba asegurado.
He de decir que lo que más me fascina del trabajo de Guridi es su uso incansable del azul, a priori un color triste, para convertirlo en algo tierno y divertido. Por no hablar de sus personajes híbridos y entrañables que arrancan una sonrisa nada más verlos.
En su haber: varios libros para niños (y no tan niños) propios o acompañando la historia con sus ilustraciones; carteles y diseño.
Conocí a Emma a través de Martes de Cuento donde dejó, primero, algunas de sus ilustraciones y, después, puso color a cada uno de los cuentos que conforman “Pasaje a Isla Imaginada”. Pero en su portfolio encontraréis mucho más: cómics, murales o retratos. Os recomiendo sus trabajos en tinta o acuarela.
Si queréis echar un vistazo al trabajo de Emma podéis visitar su página web, o seguirla en Facebook, Twitter e Instagram.