The Pirate’s Bride

Este relato se recoge en el recopilatorio del curso de Literautas 2014-2015.

El título, así, en inglés, se debe a una canción de Sting, recomendable al 100%


Esperaba que los paisanos se mostraran reticentes a tener contacto con él, así que no digamos a mantener una conversación; ya se lo habían advertido en la ciudad, pero de ahí a que le ignoraran cuando entró en la única taberna del pueblo mediaba un abismo.

Se sentó al fondo de la barra y pidió una jarra de cerveza que el tabernero le sirvió con calma y una sonrisa enigmática en los labios.

—Si preguntas, viajero, por esa mujer que vaga por la playa, no dirán una palabra. Está maldita y aquí nadie la menciona. Es lo que pasa cuando se toman malas decisiones y se sigue al corazón; yo se lo tengo dicho a mis hijas, que me hagan caso y no se fíen de los amores que llegan en primavera como el olor de las margaritas, porque más pronto que tarde se han de marchitar.

— ¿Entonces está allí por recoger margaritas?— preguntó el forastero sin terminar de comprender el acento cerrado de la zona.

—No, hombre— rió de buena gana—, por recogerlas no, más bien por deshojarlas— el extranjero siguió sin comprender—. Verá usted, ¿ha estado alguna vez enamorado? Pero enamorado de verdad, de esas veces en que falta el aliento y el sol no brilla tanto como la luna que nos arrulla mientras soñamos con aquella a la que amamos — el hombre negó con la cabeza—. Entonces quizá no entienda por qué la María vaga por la playa; ella sí conoció esa clase de amor y, como la buena hoguera que tanto calienta, le prendió hasta el alma. Aquel fuego tenía nombre y apellido: Martín Escribano; un zagal bien parecido, hijo de un cabrero, que dejó a su padre colgado en el monte para enrolarse como pirata.

El forastero se acomodó en el taburete, dispuesto a escuchar una historia apasionante.

—No me malinterprete, no seré yo quien juzgue al muchacho. Aquí muchos buscaron riquezas, o al menos pan para llevarse a la boca, en barcos de esa calaña. Mi propio abuelo probó suerte en esos menesteres y no salió muy mal parado. Esta taberna— señaló a su alrededor— es fruto de aquellas aventuras y, ya ve, tres generaciones regentándola. Mi padre era harina de otro costal; según mi abuela, la madre de mi madre, un cagado. Pero supo mantener el negocio a flote, aunque flotar, lo que se dice flotar, mi padre flotaba poco, ni a las rocas se asomaba, le fuera a salpicar la espuma de una ola.

Esperó a que el chiste calara en la audiencia y, al ver que el extranjero seguía esperando a que continuara, suspiró y relató durante un buen rato la vida, obra y milagros de sus ascendientes hasta la cuarta generación sin que el hombre que tenía sentado enfrente hiciera un solo gesto de impaciencia o comprensión, impertérrito ante las desventuras familiares.

—Le decía, amigo, que yo no le conocí, yo era niño cuando todo esto pasó, pero mi madre me contó que la María y ella eran amigas de la infancia. Una muchacha hermosa como pocas en el pueblo. Hubiera podido casarse con cualquiera, hasta con mi padre. Pero en un baile de mayo sus ojos se encontraron con los del tal Martín y nada se pudo hacer— el oyente sonrió imaginando la escena—. Incluso se prometieron, fíjese. Justo antes de la boda, él se embarcó. Ella calló sus temores y le esperó paciente durante cinco largos años. Muchas cosas cambiaron por entonces, empezando por la llegada de unos enviados del rey que se unieron a la espera sin que la pobre María se percatara siquiera de su presencia. Ella juraba que daría el oro de tres navíos ingleses por volverle a ver; de su boca no salía una palabra y su mirada no se posaba en otra cosa que no fuera el mar, ya lloviera o hubiese temporal.

—Cinco años son mucho tiempo— se atrevió a interrumpir, dispuesto a hacer notar lo atento que estaba ahora al relato—. No creo que mi mujer fuera capaz de esperarme tanto.

—Ni la mía. Pero le decía: el día que el barco de su amado regresó, los soldados apresaron a la tripulación y enseguida les condenaron a ser colgados del cuello hasta morir. Ella nunca vio ejecutada la sentencia.

— ¿El Martín escapó?— cortó el forastero con la esperanza prendida en la interrogación.

—Qué va; en el momento en que su adorado Martín pendía de la soga, la María estaba en la playa mirando al horizonte, como cada día de aquellos cinco años, y dispuesta a esperar otros cien si era necesario, marchitando definitivamente su juventud como si no fuera su prometido el que se escondía bajo el saco que les ponen a los condenados a la horca.

Estaba conmovido, pues la mujer que él había visto fácilmente había superado los setenta años.

—Dicen los que les conocieron que la María perdió la cabeza del todo en el mismo momento en que los tambores comenzaron a sonar.

Naufragio

Esta es mi propuesta para el reto 5 líneas de http://adellabrac.blogspot.com.es/


Solía coleccionar ramas huecas y conchas de almeja como si fuera un niño que ve el mar por vez primera. Decía que eran la esencia de los años que él y su tripulación pasaron alejados del mundanal ruido, a la espera de ser rescatados de aquella isla desierta a la que una tormenta traicionera les había arrastrado, y de la que, ahora se daba cuenta, nunca quiso salir.

Sirena

No le gustaba el verano; en realidad no recordaba haberle tenido especial cariño en su vida, ni de niña.
Para ella era una época anodina en la que todo se mueve más despacio y las únicas conversaciones se limitan a preguntar por cuándo se cogen las vacaciones.
Tampoco le gustaban los días de playa, atestados de gente dorándose cual sardinas en parrilla, por el mero placer de presumir de moreno cuando regresaran a la rutina.

Ella prefería el otoño o el invierno. Y ahí sí, ahí se deleitaba contemplando un mar que entonces era mar y no charco de pis; una fuerza de la naturaleza que reflejaba el mismo color de sus ojos verdes y que se rebelaba contra la arena con un millar de caballos desbocados en cada ola.
Pero a veces, en verano, sentía la llamada; algo ancestral, atávico; y no le quedaba más remedio que sumergirse en el agua un nada, un entrar y salir, para dejar que la sal se incrustara en su pelo cuasirizado y creara aquellas rastas indisolubles si no se enjuagaban rápido.

Disfrutaba más aquel contacto frugal que mil horas en su orilla bajo el sol. Y entonces anhelaba sentarse en una roca y mirarlo embravecido, salvaje e indomable; capaz de engullir el mundo si esa era su voluntad, mientras las nubes grises amenazaban en un horizonte difícil de distinguir; cuando los desconsiderados veraneantes no se atreverían a ir a ensuciar su arena, y todo volvería a ser más o menos como antes, como hacía milenios: el mar, la arena y ella sobre una pequeña roca simulando ser sirena que no echaba de menos su cola de pez.

Moura

Moura me miras y yo no quiero serlo
por no extraviar en mi costa a otros sordos marineros.
Moura me miras y te sueño con anhelo,
que arribes a mis pies entre las ondas de mi pelo.
Moura me miras y moura me siento,
espejismo de tu mente que pudo robarte un beso.
Moura me miras y moura ahora me veo,
esperando en el acantilado del fin del mundo,
buscando en el horizonte tu barco.
Finalmente soy moura de ingratos deseos.

Amar

 

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Cuentan que Mar se enamoró de Tierra y que la espuma de las olas eran torpes besos furtivos.
Tal era la pasión de aquel amor, tan fuerte e intensa, que Mar terminó por desmoronar los acantilados para poder ver a Tierra desnuda por fin.

 

 

 

 

 

Teixido/Canción en dos estrofas

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Me quedaré mirando al mar hasta que la última barca zarpe de Teixido, llevando mi alma en ella.

CANCIÓN EN DOS ESTROFAS

I

Cómo tiemblan mis manos
mientras te escribo,
qué poco late mi corazón
cuando no estás,
nunca mi voz se ahogó tanto
entre mis dientes.

II

Qué fría despertó la mañana
con tu ausencia,
qué negra era la luna anoche
mientras te recordaba.
Hoy, por primera vez,
la niebla me llevaba a casa.