EUREKA

Después de un día en los que uno preferiría no haber salido de la cama, llenó la bañera y se sumergió en ella.

Al ver cómo el agua que desalojaba su cuerpo era directamente proporcional al nivel de frustración que la sacudía, no pudo más que empezar a sentir admiración por la Física, aunque ella siempre hubiera sido de letras.

 

 

DUELO DE TITANES

—Le digo, señor Holmes, que el asesino es el mayordomo. Siempre es el mayordomo.

—No diga sandeces, monsieur Poirot. El asesino fumaba tabaco de Kenia, demasiado caro para su sueldo.

—Entonces es la muchacha afligida. Piénselo bien, Sherlock: despechada, cándida, él se presenta con la otra… Sus heridas bien podían ser autoinfligidas.

—Imposible, Hércules. Yo mismo la vi paseando por cubierta a la hora del crimen.

—La heredera excéntrica. Esa sí, no me lo va a negar, amigo.

—Madre mía, qué ganas tengo de que Watson vuelva de las vacaciones.

LAS NUBES DE SU PELO

Odiaba los días de verano en que tenía que lavarse el pelo; la humedad se le acumulaba en la nuca haciendo más sofocante la sensación de calor.

Y un buen día, al levantar su melena, una tormenta de verano salió de debajo, inundando el campo con olor a tierra mojada.

NUNCA LLUEVE A GUSTO DE TODOS

Todo saldría bien si esa noche llovía, los campos se agostaban y las vacas perdían lustre desde hacía semanas. A medianoche se desató una tormenta que despertó a todo el valle con el brillo de los relámpagos y el retumbar de los truenos en los cristales. Las gotas comenzaron a golpear el suelo con violencia. Al amanecer, descubrieron las albercas cegadas con toneladas de barro. A ganaderos y agricultores les hundió en la tristeza, pero qué contentos estaban los alfareros

ENSAYO GENERAL

Los gallos del barrio ensayan todas las mañanas. El vecindario entero está pendiente de la fecha del estreno, aunque se rumorea que tardará, porque hay un gallo que empieza muy bien con el “kikiri…” pero luego no remata.

TATUAJE

Dejó que escribieran en su piel las historias de cada batalla ganada y cada suspiro de darse por vencida, solo para recordar que, aquella herida, no era nada comparada con las invisibles que tenía repartidas por la memoria.

DE COSAS QUE SE PIERDEN

Abrazó la oxidada caja de galletas, última morada de todos los botones huérfanos que un día sirvieron en la casa. Quizá dentro se escondiera un corazón, pues el suyo se perdió entre los bordados de su traje de novia.

No tuvo valor para dejar plantado ante el altar al prometido que sus padres escogieron y marcharse con el mozo de caballos, más cariñoso y apuesto.

LIVINGSTONE, SUPONGO

Siempre había admirado a los exploradores de los que leía en el periódico; hombres y mujeres que pisaban allí donde nadie había pisado antes; por eso permanecía pegado a la ventana mientras nevaba, esperando a que la capa blanca lo hubiera cubierto todo para salir de casa corriendo y hollarla el primero.

Así, los demás vecinos, solo podrían seguir sus pasos.