PERDONE QUE LE MOLESTE…

Dos sujetos, D y H, conversan en la cafetería de una estación de tren. Es un día de lluvia, de esos en que el refugio supone algo más que matar el tiempo. La puerta se abre y el viento gélido que entra tras el nuevo cliente obliga a los contertulios a mirar.

El individuo se sacude unas gotas de la gabardina y se sienta en una mesa, observando el menú.

¿Ese no es Z?— pregunta D sin quitarle la vista de encima al recién llegado.

Su amigo se vuelve sin disimulo y se queda mirando unos segundos.

No. El que tú dices es más bajito y más fuerte. Pero me suena su cara.

Tienes razón. Me ha despistado la gabardina, como salía con una igual en la película aquella…

Si te fijas en la cara, este acaba de salir del colegio. Creo que le he visto en la misma película, ahora que lo dices.

El sujeto pide un desayuno continental ajeno al interés que suscita.

Sí, sí. Es ese. Le ha puesto la misma cara a la camarera que en la otra película, la de los tiros.

No, esa no era de tiros, era de gánsteres irlandeses. Se pasó toda la cinta peleando a cuerpo descubierto. Claro, que es difícil de reconocer sin la nariz rota y la sangre chorreando.

Y el ojo morado. No te olvides del ojo morado.

Parece menos, así, de cerca.

Pues sí. Estoy empezando a pensar que lo mismo no es.

¿No?

No. Bueno, no sé. De perfil no se parecen en nada.

Pues yo creo que sí. Y solo hay una forma de averiguarlo.

No se te ocurrirá.

¿Prefieres quedarte con la duda?

No, claro que no. ¿Quién va?

Tú. Eres más educado y la gente se fía de ti.

A ver, ni que fuera a pedirle dinero.

Hombre, de la que vas, si eso…

Los dos ríen la broma y dejan pasar unos minutos hasta que el motivo de su disputa termina la tostada.

D se acerca y se para frente al hombre.

Disculpe ¿No es usted Z?

No— responde con una sonrisa.

¿Está seguro? Mi amigo y yo juraríamos…

No. Seguro que no soy yo.

Pues se parece una barbaridad.

Me lo dicen mucho, pero sigo sin ser él.

Una pena. Me habría encantado estrecharle la mano a un actor tan bueno.

Sí, una pena. Aunque nunca se sabe. A lo mejor un día se lo encuentra.

Sí, a lo mejor. Disculpe la molestia. Que tenga un buen día.

D regresa junto a H mientras el sujeto paga y se va.

No era él.

Vaya. Qué chasco. Habría sido maravilloso poder contarle a todo el mundo que habíamos desayunado con Z.

La camarera se acerca con la cuenta.

¿Le conocía usted?— pregunta tímida.

No, lo confundí con otra persona.

No puede ser. Es imposible confundir a Z.

Es que no era Z.

Sí, lo era. Un tipo encantador, nada que ver con los personajes de sus películas.

Retira el platillo con el dinero y se vuelve a la barra.

Te dije que era él.

Pero me dijo que no.

Esos famosos son unos estirados. Hacen cualquier cosa con tal de no firmar un autógrafo.

EL PERRO POETA

Veintiséis días de paz y dos noches sin pegar ojo.

Lo sé, no debería quejarme.

Soy la insomne propietaria de un perro poeta que solo ladra para ofrecer recitales en verso a la luna llena.

EN TODAS PARTES CUECEN…

Cuando llegaba el mediodía le costaba moverse por el vecindario. El olor a puchero salía de cada ventana inundando todo.

Odiaba las habas desde niño. Puestos a pedir, incluso hubiera preferido las lentejas; aunque con esas no le quedara más remedio que comerlas.

 

 

SALA DE ESPERA

Todos se miraban a los pies en la sala de espera del médico.

Iba con retraso, para variar.

Zapatos con cordones desiguales, zapatillas cerradas con velcro, cuero bien cuidado, y materiales sintéticos de color blanco; hasta unas botas de antelina morada.

Por fin se abrió la puerta y, en el suelo, unos zuecos azul marino precedían al cadáver sangrante del doctor.

Del tic-tac y las llaves

 

—¡Me voy!

—Pues muy bien.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Estoy leyendo, Carlos. Vete.

—Está bien. Pórtate como es debido y no molestes a mamá, que está trabajando en el despacho. Yo vuelvo pronto.

—Que sí, pesado. — Bárbara sonríe.

—¡Mamá!— grita Carlos desde el recibidor— ¿Dónde están las llaves de mi moto?

—En el cuenco. ¿Dónde van a estar?

Se oye ruido abajo, pero Bárbara no se distrae, sigue leyendo, subrayando con el dedo cada palabra.

—Babe, ¿has cogido tú las llaves? — Su hermano asoma la cabeza.

—¿Yo? No.

—¿Seguro?

—A lo mejor. Mira, aquí el cocodrilo se come el brazo del Capitán Garfio, por eso la barriga le hace tic-tac y sabes cuándo viene.

—Las llaves, Bárbara. ¿Dónde las has metido?

—Podrías ponerles un tic-tac. Así no las perderías.

—Tengo prisa. Dámelas. No puedes hacer esto siempre que salgo con Mónica.

—Para Reyes voy a pedir un cocodrilo.

—Babe…

—¡No me llames así! Te he oído llamar baby a tu novia. No me gusta. Tú ya no puedes llamarme así. Mamá, papá y los abuelos, sí. Pero tú, no.

—¡Bárbara, que me des las llaves!

—Vete andando. Mira. Aquí Wendy lleva un lazo azul. ¿Me vas a comprar un lazo azul?

—Te compraré lo que quieras si te portas bien y me das las llaves.

—¿Para qué las necesitas?

—Cosas de mayores.

—Yo nunca voy a ser mayor.

—¿Ah, no?

—No. Y tú tampoco. Como Peter Pan. Todo lo pone aquí. ¿Me lo lees?

—Barbie, me estás cansando. Vas a ir a mamá.

—Me da igual.

—Pues te va a castigar.

—No me va a castigar. Pero, si me pegas para que te de las llaves, me chivo y te castigará a ti sin salir.

—No voy a pegarte. Dame las llaves, porfi.

—Te las doy si me lees el resto del cuento.

—Tengo prisa, no puedo. ¡Dame las llaves de una vez!

—Campanilla es muy bonita. Voy a pedir un hada para los Reyes. Un hada y un cocodrilo.

—¡¡Mamá!!

PESCA SOSTENIBLE

El capitán Ahab puso un anuncio por palabras buscando trabajo. Recibió oferta de un tal Nemo que necesitaba marineros con experiencia. Como el sueldo era bastante bueno, se enroló sin demora, fascinado por las novedades del Nautilus.

Perseguían calamares gigantes, ballenas francas o tiburones, hasta que, fondeados en Gibraltar, unos activistas de Greenpeace se encadenaron al submarino para concienciar sobre la pesca sostenible.