SIN ALIENTO III
A veces miras a contraluz y te diviertes, porque todo son sombras azarosas y extrañas gobernadas por un rayo de sol, y entonces llegan las nubes y las apagan, como si fuera el momento de la caída del telón.
A veces miras a contraluz y te diviertes, porque todo son sombras azarosas y extrañas gobernadas por un rayo de sol, y entonces llegan las nubes y las apagan, como si fuera el momento de la caída del telón.
Sin pensarlo mucho, apenas nada, dejo que el eco de la música se meta no tan sutil por los oídos y lo embargue todo, arrastre soles y lunas moribundos impulsados por una marea que nunca baja; así, como el viento de levante llegó esta mañana atesorado por la alineación de Venus y Marte, tan confusos ante la crecida de los regajos como yo.
Así, como el extraviado vuelo de una golondrina y el trepar silencioso de la enredadera que nunca florece, o el sonido del aire entre los juncos que segaron unos meses atrás, y el brote de las espinas de las zarzamoras que se esconden entre los tréboles, las huellas confusas de caballo, perro y humano, una nube que atraviesa con pereza por delante del sol mientras la luna es una leve sonrisa pálida al otro lado del firmamento.
Así, zumbido de mosquito de verano que no llega y que se confunde de trayecto con la primera pluma que cae de un nido abandonado.
Así, resonancia en caja hueca que reverbera sin compás ni ritmo, así.
COSAS QUE PUEDEN PASAR UN DOMINGO I
Es un fastidio cuando llega una plaga de mantixcornios y te pilla con la ropa tendida pues, lejos de deleitarse devorando las cabezas de sus machos (quienes, por cierto, carecen del distintivo cuerno) gustan de nutrirse del lino tejido a falta de papiro o vitela, su comida favorita.
Por eso, aún peor que dejarse la ropa tendida cuando llega una plaga de mantixcornios, es dejarse abiertas las puertas de la biblioteca.
La nueva reforma educativa obligaba a que todas las asignaturas fueran útiles en la vida cotidiana; así, en Lengua enseñaban a escribir wassaps correctamente, en Naturales se aprendía a distinguir las bayas venenosas de las comestibles y, en Dibujo, planteaban los planos de una casa o la distribución de los muebles en una habitación. A última hora tocaba Matemáticas:
“Si las previsiones para las 7 de la mañana son de 5 grados y, para mediodía, se esperan temperaturas de 22. ¿Qué ropa debe ponerse Elena para no coger un resfriado?”
A veces extiendo mis alas y ambas aparecen bajo mis brazos como mórrigan traídas de otros tiempos; las más de las veces es un caos (nada peor que tres cerebros intentando gobernar un solo cuerpo) pero ya no sé vivir sin la habilidad de una para habitar bajo las colinas y la de la otra para volar lejos mientras la de en medio, pobre de ella, avanza a duras penas, consolada por sus hermanas, siempre con los pies en la tierra.
Hoy dejé de respirar con los pulmones, crucé la piscina tocando el suelo con el pecho; hoy me olvidé del agua que vivía por encima.
Hoy dejé de respirar con los pulmones y mi alma supo cómo coger el aire que le faltaba.
Hay un limbo que se pierde en el primer rayo de sol precedido por el croar de las ranas y el cantar del gallo, antes de que las persianas y los coches despierten, antes incluso de que se intuyan la niebla y el frío que trae el amanecer. Hay un limbo templado de sombras y falsas herencias, de hojas que caen sin hacer ruido y gotas que se posan invisibles sobre todo lo que encuentran, incluso mi pelo, que se encoge y se esponja y parece huir de mí pero se queda flotando alrededor. Un limbo de salamanquesas ocultándose en grietas y grillos que se olvidaron de que ya no es verano, y en el borde de ese limbo, amable y mágico, mi perro y yo paseamos.
El arquitecto destrozó su mesa de dibujo con todo lo que había sobre ella, mientras el transportador de ángulos, asomado desde la estantería, intentaba disimular su asombro.
El río engulló todo en un instante: las casas, los coches y hasta los regalos que había debajo del árbol.
Estaba allí, quieta, venerable, arrinconada en la esquina que formaban el alero y la pared trasera del patio. Hubiera dicho que existía por el reflejo de las estrellas, de la luna que no había, por la refractación del destello del sol sobre la superficie de Júpiter o Plutón.
Levantó una pata y la acercó a su cara, con un gesto digno, regio, incontestable, y, entre la oscuridad que emanaba, juraría que vi sus ojos verdes mirándome, como jueces implacables que leen lo todavía no pensado.
Se atusó las puntiagudas orejas y volvió a posar la pata sobre el borde de la fachada, como una funambulista sin lentejuelas ni tutú. Encorvó el lomo, estiró el rabo y la sombra blanca se transformó, sobre el tejado, en una gata parda.