A grandes males…
Diez días con sus diez noches pasó el trovador a los pies de la torre.
La princesa, incapaz de soportar un minuto más los gañidos desafinados de su admirador, puso aceite a hervir.
Diez días con sus diez noches pasó el trovador a los pies de la torre.
La princesa, incapaz de soportar un minuto más los gañidos desafinados de su admirador, puso aceite a hervir.
Odiaba los días de verano en que tenía que lavarse el pelo; la humedad se le acumulaba en la nuca haciendo más sofocante la sensación de calor.
Y un buen día, al levantar su melena, una tormenta de verano salió de debajo, inundando el campo con olor a tierra mojada.
Todo saldría bien si esa noche llovía, los campos se agostaban y las vacas perdían lustre desde hacía semanas. A medianoche se desató una tormenta que despertó a todo el valle con el brillo de los relámpagos y el retumbar de los truenos en los cristales. Las gotas comenzaron a golpear el suelo con violencia. Al amanecer, descubrieron las albercas cegadas con toneladas de barro. A ganaderos y agricultores les hundió en la tristeza, pero qué contentos estaban los alfareros
Los gallos del barrio ensayan todas las mañanas. El vecindario entero está pendiente de la fecha del estreno, aunque se rumorea que tardará, porque hay un gallo que empieza muy bien con el “kikiri…” pero luego no remata.
Dejó que escribieran en su piel las historias de cada batalla ganada y cada suspiro de darse por vencida, solo para recordar que, aquella herida, no era nada comparada con las invisibles que tenía repartidas por la memoria.
Llene la taza de agua bien caliente.
Sumerja la bolsa, e infusione al gusto.
Sírvase media cucharada de azúcar o miel.
Coloque los pies en alto.
Deje que el sonido de la lluvia penetre en sus oídos.
El puente de plata resultó inútil. Debió tenerlo en cuenta cuando descubrió que su enemigo era un hombre lobo.
Ahora estaba desperdiciando un tiempo precioso en construir otro de madera que permitiera al licántropo alejarse de ella.
En primavera secaba pétalos de flores entre las hojas de cuadernos usados.
Se afanaba en recoger conchas en verano, guardándolas con cuidado en su saquito de arpillera.
Cuando llegó el otoño, y se encontró aquellas dos bellotas unidas por sus sombreritos, quiso guardarlas también, en una cajita de cedro.
Para cuando el invierno apareció, con su genio cambiante y frío, se vio en la tesitura de buscar un sitio donde almacenar los copos de nieve y el viento del norte.
Cuando descubrió que el vecino del primero se había afeitado la barba, él, aún viviendo en el quinto, se vio en la obligación de comprar una palangana por si llegaba la hora de poner la suya a remojo.
Tienen mis sueños esta noche un velo de lluvia que se refleja en la cara oculta de la luna; se me desperdigan las ovejas que cuento y hasta los lobos ignoran que mi insomnio es culpa de un salmón.