El experto en acústica biológica decidió catalogar cada sonido que hacía su estómago.
A veces era como el crujir de la madera de un barco en medio de la más terrible de las tempestades; otras como un nido de cocodrilos recién nacidos llamando a su madre y, las más, como el rugido de un león a punto de devorar una cebra.
Acudió asustado al médico el día en que le despertó a medianoche la llamada a la caza de una ballena asesina.
En realidad eran los gritos desesperados de las judías de la fabada de la cena al conocer su futuro y trágico fin. Los chorizos se resignan y no gritan tanto.
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Me chifla. Ahora mismo aviso al colega para que no se agobie. Jajajaja
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