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Le regalaron un loro azul por Navidad. Primero le enseñó a silbar, luego a repetir el principio de sus novelas favoritas. Era agradable tener compañía mientras buscaba inspiración.

Con el tiempo se convirtió en su mejor crítico. Tenía ojo el pajarraco para las tramas y los personajes. Hasta que una mañana, muy de madrugada, le descubrió frente al ordenador, tecleando trabajosamente con el pico.

El loro había usurpado sus relatos y era trending topic.


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