Era una niña obediente: no corría por la calle, decía “gracias” y “por favor”; y se iba a la cama sin rechistar, siempre, eso sí, con un plato de galletas para el monstruo de debajo de su cama, que las niñas buenas saben compartir.
Era una niña obediente: no corría por la calle, decía “gracias” y “por favor”; y se iba a la cama sin rechistar, siempre, eso sí, con un plato de galletas para el monstruo de debajo de su cama, que las niñas buenas saben compartir.