POSTAL
Alquilaron un apartamento de vacaciones en París, el único cuyas ventanas no daban a la torre Eiffel.
Alquilaron un apartamento de vacaciones en París, el único cuyas ventanas no daban a la torre Eiffel.
Cada mañana dejaba volar de modo febril la pluma sobre el papel durante horas.
Un buen día, hartos de su maltrato, la pluma y la pila de papeles echaron a volar por la ventana, dejándole sin historia.
No usaba calendario, le bastaba con los brotes en las macetas y el pedacito creciente de patio que el sol robaba a las sombras en su camino inevitable hacia el verano.
Qué molesto el sol por las rendijas de tu ventana, que se empeña en iluminarme para que me veas cuando acuda a robarte un beso, y así, puedas decir que soy yo en la rueda de reconocimiento.
Pendía de su cable como el signo que abre una interrogación, hasta que un alma caritativa lo cogió con dulzura y, al ver que nadie respondía al otro lado, colgó.
Del sol aprendió el rolar de los vientos, el cambio de las estaciones en los árboles; de la luna, decía, no aprendió nada salvo el brillo perenne de unos ojos enamorados.
Princebeso y Pequencesa se conocieron en un baile.
Ella no perdió un zapato, él no perdió la cabeza.
Al salir de la discoteca, compartieron el taxi y fueron felices para siempre.
Pasó aquel Santo tantos años buscando altares en los que posarse sin encontrarlos, que se quedó para vestir solteras.
Llegaron de la Biblioteca Municipal haciendo una encuesta.
—Buenos días, ¿hay algún lector en este domicilio?
—En esta casa lee hasta el perro, bajo pena de muerte.
Era un caso claro del síndrome de acaparamiento compulsivo, pues la ventana se empecinaba en almacenar cada cosa que se reflejaba en ella.