Cierro los ojos y su voz me susurra: ven, acércate. Y me toma la mano. Y yo me dejo. Hace tiempo que aprendí a no decirle que no, hace tiempo que aprendí a no tenerle miedo.
Su interior me ilumina, traspasa mis párpados cerrados y luego me aleja, en una tortura cíclica hasta que vuelva a entrar en la cocina y sucumba a la llamada del frigorífico cogiendo otra onza de chocolate.
La culpa es de lo efímero del placer. Debería ser continuo y no crear tolerancia.
Voy a ver que me receta el médico para esto.
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Jajajajaja, ay, el chocolate, placer de dioses para mi.
Besazos.
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