Para escapar de sus perseguidores aprendió a colocar los pies de puntillas y así confundir sus huellas con las de los ciervos, a disimular su olor con el de las camas de los jabalíes, el color de su piel lo tornó del mismo que las liebres y aun así, cuando llegó la tercera noche, frente a ella se apareció una lechuza que, entre su ulular inconfundible, le contó el final de todos los sueños que no había querido soñar.