Juana nació niña, que no loca. La casaron, le dolió; murió su marido, murió su madre.
Su padre y sus hijos la guardaron en un cajón. Veía desde su cárcel el Duero, y reyna a sí misma se llamaba.
Su hijo Carlos llegó de viaje desde Alemania. Se levantaron en armas los caballeros de Castilla más fieles a su dama y muchos pusieron pies en polvorosa mientras ardían Segovia y Medina.
Llegaron los Comuneros para nombrarla reina y señora, legítima heredera de Castilla, de España entera y de lo que no se veía desde la costa.
De poco sirvió.
Tras cruenta batalla, rodaron las cabezas de los líderes de la revuelta y Juana se perdió para la historia como reina, pero quedó como loca.