En sus estanterías hay una amalgama increíble de géneros y épocas. Es difícil mantener un orden lógico cuando tu biblioteca la habitan cantares de juglaría y lo último de Eduardo Mendoza.
«Ayer estaba aburrida y me puse a leer unas jarchas medievales.» «El sábado pasé la tarde leyendo a Chéjov.» «Tengo un amigo que ha escrito un libro inspirado en la licuefacción sísmica de Port Royal. Me ha gustado.» «Me encontré unos poemas del siglo XIV en una librería de viejo cuando estaba de vacaciones.»
Y, cuando se aburre de esto, estudia leyes, para desintoxicar. Lo mismo se pone con el RD 1/2015 que le echa un ojo, por curiosidad, a la Ley de Propiedad Horizontal.
Sus amigos encontramos adorable su amor por las letras, aunque se le esté yendo de las manos. En secreto, y con cariño, la llamamos “Paula la que todo lo lee”.
La semana pasada quedé con ella, me contó sus últimas adquisiciones. Reconozco que me da envidia, y un poco de vergüenza, que ella lea tanto, y tan variado, y yo tan poco en comparación, aunque dudo que haya en el planeta alguien que lea lo que Paula lee.
Luego me contó que unos pajaritos han decidido convertir en corrala de vecinos el biombo de la persiana de su habitación; para echarlos, ha probado con el sonido de un halcón, con Bach y con golpes de palo de escoba, pero nada, ahí siguen, cada vez más a gusto y cada vez más ruidosos.
Así que ayer, dispuesta a echarle una mano, y de paso contribuir a la extensión de su biblioteca, le he comprado un tratado de ornitología, para que se entretenga cuando se canse de jarchas y leyes.