La linterna dibujaba momentos de claridad en la pared y revelaba un mar de manos alzándose al infinito; el aire que les rodeaba parecía haberse congelado en el remoto instante en que el último obrero colocó la piedra que selló la entrada de la tumba hacía cuatro mil años.
Sintió la tentación de rozar la maravillosa imagen de Anubis; apenas sus dedos se acercaron a la pared, la pluma de la balanza subió en el platillo y los arqueólogos quedaron allí encerrados para siempre.