De poder elegir, sería acantilado
para que el mar me bese los pies,
que el viento me remueva las ideas
y me aniden los pájaros
a la altura del corazón.
Acantilado de dura roca
que se desmorona con los años
(siempre el mismo, nunca igual)
y que me coronen el flequillo
de margaritas y rocío.
Que me teman los barcos,
los aviones;
que me crean fin del mundo.
Y que me resbale por el cuerpo
la luz dorada de una puesta de sol.