REVELACIÓN

Había visto aquel objeto calzando mesas, y hasta como tope para la puerta de la cocina; tales eran los usos que le daban en su casa. Un día, paseando por el parque, vio a un anciano con uno en las manos y le intrigó por qué sonreía.

Al llegar a casa, cogió el que equilibraba su mesita de noche y lo abrió. Estaba lleno de símbolos extraños que no logró descifrar; acababa de aprender cómo era de verdad un libro.

EL QUE NACE LECHÓN…

El que nace lechón…

¡Qué maravilla estrenar corazón! Se siente como nunca, ha subido las escaleras del metro de un tirón.

«¿Qué es eso? Um, un charco, se ve tan bonito. Qué barro más llamativo.»

¿Decías cariño?

Oink.— “Me duele la rabadilla.” —No tires las mondas de la patata, que me hago una ensalada. Oink

«Qué charco tan majo, voy a meter los pies. Oink, oink.»

Mire a ver, doctor, que mi marido hace cosas raras.

Los trasplantes es lo que tienen, pero no hay rechazo. ¿Cómo se encuentra, señor López?

Bioink

Lo que yo digo, hay que esperar.

¿No le nota más chato?

Yo diría que no.

El señor López hoza los informes médicos.

Cariño, vámonos a vivir al campo, con el barro, con los charcos.

¿Pero usted le oye, doctor? Que se quiere ir al campo.

El aire limpio le hará bien.

Oink.

Emboscada

Huía entre los árboles, en una carrera desesperada, perseguida por sus sueños, sus anhelos, sus deseos.

Cuando llegó al claro, su destino la estaba esperando.

Match Point

Los astros son seres caprichosos, y así, mientras la luna casi llena y amarilla recorta el contorno de los pinares, el sol empieza a teñir algunas nubes, como alardeando de poderío en un saque magistral.

Siempre en lados opuestos de la cancha, como jugadores de un partido de tenis en el que la Tierra es la pelota.

De perdidos…

Escuchó el murmullo del agua y siguió el sonido como si fuera un niño tras el carro de los helados. Finalmente llegó a una playa.

No era rumor de río, sino de olas, y él seguía sin encontrar su camino.

EN TODAS PARTES CUECEN…

Cuando llegaba el mediodía le costaba moverse por el vecindario. El olor a puchero salía de cada ventana inundando todo.

Odiaba las habas desde niño. Puestos a pedir, incluso hubiera preferido las lentejas; aunque con esas no le quedara más remedio que comerlas.

 

 

SALA DE ESPERA

Todos se miraban a los pies en la sala de espera del médico.

Iba con retraso, para variar.

Zapatos con cordones desiguales, zapatillas cerradas con velcro, cuero bien cuidado, y materiales sintéticos de color blanco; hasta unas botas de antelina morada.

Por fin se abrió la puerta y, en el suelo, unos zuecos azul marino precedían al cadáver sangrante del doctor.

HERIDAS DE GUERRA

Estaba herido por mil rasguños profundos como escaras y líneas amoratadas surcaban su superficie, vestigios de la guerra sin vencedores ni vencidos.

Garabatos sin sentido se agolpaban en sus límites, fuera de lugar, incoherentes. Hasta cicatrices sobre cicatrices, que intentaban corregir una herida anterior que no cuadraba con el resto.

Parecía mentira que aquella masacre fuera el aspecto físico de algo tan bello como un relato sobre la inmortalidad del amor.