Los viejos raíles de hierro, abandonados a su suerte, a ratos oxidados, a ratos invisibles entre los hierbajos, no eran más que los mil senderos que llevaban a todas partes, o a ninguna.
Los viejos raíles de hierro, abandonados a su suerte, a ratos oxidados, a ratos invisibles entre los hierbajos, no eran más que los mil senderos que llevaban a todas partes, o a ninguna.