Asomaba primero las orejas y luego el resto de su cabecita. Todos contenían el aliento en ese instante. Sacaba el hocico, lo movía olisqueando el aire y saltaba fuera del sombrero con la agilidad de un atleta olímpico. Así un día tras otro durante tres largos años.
—Bro— le dijo aquella tarde al mago—, ya estoy harto de hacer siempre lo mismo.
— ¿Harto de crear ilusión?
—Harto te digo, bro. Cansado, hastiado, aburrido. Y me consta que la paloma de los pañuelos opina lo mismo que yo.
— ¿La paloma?
— La paloma, bro. Necesitamos realizarnos como animales y como artistas. Para ti es fácil porque haces varios trucos, pero nosotros nos aburrimos, y creo que nos empieza a afectar. He hablado con los del sindicato.
— ¿Tenéis un sindicato?
— Por supuesto, bro. Gracias a ellos ya no puedes sacarme de la chistera tirándome de las orejas, como hacían antaño.
—Vaya, no tenía ni idea. Y ¿qué te han dicho en el sindicato, a ver?
— No mucho. Pero están pensando en considerar el hastío como enfermedad profesional.
—Vaya, no pensé que fuera tan grave.
—Pues lo es, bro. A mí no me gustaría dejar el negocio, pero un cambio sí, mira.
—Bueno, sería una pena después de tantos años trabajando juntos. Os he cogido cariño.
El mago pasó varios días pensando en qué podía hacer para no tener que buscar nuevos animales y para que el sindicato no le armara una manifestación en la entrada de cada espectáculo. A la tercera noche en vela por fin se le ocurrió una idea y al día siguiente se reunió con la paloma y el conejo para discutirla.
—He pensado que, como los dos estáis hartos de hacer lo mismo y la gente también se aburre de unos trucos tan predecibles, podríamos probar cambiando vuestros puestos.
— ¿Qué dices, bro? ¡Eso sería fantástico! Yo, un simple conejo de chistera, saliendo de debajo de un pañuelo. ¿Cuándo empezamos?
El cambio fue un éxito. La gente aplaudía admirada cuando la paloma salía volando del sombrero y los niños gritaban extasiados cuando el último pañuelo revelaba un conejito blanco. Hasta les hicieron un reportaje para la revista de magia más prestigiosa por lo innovador del evento.
Tras meses de éxitos, el conejo se sentó una tarde frente al mago.
—Oye, bro, estoy un poco aburrido de salir de debajo de los pañuelos.
— ¿Aburrido?
—Aburrido, bro. Echo de menos sacar las orejas del sombrero y mover el hocico. Y la paloma ya está harta de empezar el vuelo en un espacio tan pequeño. Hemos hablado con el sindicato.
— ¿Otra vez?
— ¡Y las que hagan falta, bro! Ya han declarado el hastío enfermedad profesional para los animales de ilusionismo y además nos han concedido un seguro médico obligatorio que cubre fisioterapeutas y apoyo psicológico.
—Pues parece cosa seria.
—Lo es, bro. Es muy serio. He estado pensando y quiero volver a la chistera.
—Pero… el nuevo número es un éxito.
—Al principio sí, bro, pero ya lo hace todo el mundo. La gente sabe a lo que viene y no se divierte.
—Bueno. Si los dos estáis de acuerdo…
Lo último que supe de esta historia fue gracias a la portada de la revista Ilusionismo y prestidigitación. Aparecía una foto del mago con el conejo y la paloma junto a un titular que decía:
«Vuelven los clásicos. Una revolución.»