AMANECE, QUE NO ES POCO

Le gustaba mirar amanecer con los ojos puestos en las bateas negras y pardas que se cruzaban en el horizonte con la línea de las islas.

El sol siempre salía por el otro lado, pero era el nacimiento de su sombra, inexistente a esas horas, la que le llenaba de vida. Creación milagrosa, compañera inseparable salvo por las noches, en que ella se fugaba, suave como las primeras plumas de las gaviotas, a descansar a un mundo de lechuzas ansiosas y plenilunios frustrados que él desconocía.


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