DE CONJUGAR
Quizá quieras,
quizá puedas;
quizá no debieras.
Si no quieres
pero puedes,
no debiste.
Y, aunque debieras,
si pudieras,
no querrías.
Pequeñas poesías
Quizá quieras,
quizá puedas;
quizá no debieras.
Si no quieres
pero puedes,
no debiste.
Y, aunque debieras,
si pudieras,
no querrías.
Ya te estoy echando de menos
y aún no te has ido;
sólo noto el frío de tu ausencia,
un hueco en blanco en el escenario,
el vacío de tu voz en el aire,
el nihilismo de tu mirada en un retrato,
la falta de tu nombre en el papel.
Y, de todo, lo que más me duele,
es tu no ser parte de mi vida,
esa huida a lo cobarde
de la última oportunidad, la mía,
para dar lo que te debo:
media vida, una sonrisa,
y un alma eterna que te espera,
otra vez.
Dame tu alma,
recuerda mi cuerpo
en un campo de amapolas
soleado al nacer.
Todo tiene sentido
ahora que te veo.
Locura me provocas,
lo siempre menos pensado
en el ocaso del mundo.
Sentí el sol sobre mis mejillas
y su caricia etérea en llamas
encendió la luz de mis ojos.
Respiré tan hondo que estallé
de aire lleno de aromas
a saúco y madreselva,
a musgo.
No soporté la presión de las hojas
que se acunaban en el viento
a mi alrededor,
riendo alegres mi desgracia.
Y lloré desconsolada, como siempre,
sin más pañuelo que un tronco
lleno de liquen y estrellas muertas.
Un rayo de luna rozó mis dedos
como un puñal buscando herida
y se hundió en mi pecho,
tan profundo que no dolió;
y al salir liberó un corazón negro
brotando sangre de plata.
Lamentaría morir mañana
sin haberte robado otro beso
y quizá algo más;
taparme con tu cuerpo,
dejarte caminar por mi interior.
Darte lo poco que me queda;
eso que las lombrices de tierra
no pueden entender,
que los peces de ría
prohíben por infectos;
los peces no sienten
sólo fluyen donde el agua los lleva.
Pero yo soy caballo libre
corriendo por la tierra,
toda pasión y sentimiento,
y tú, brida alrededor de mi cintura
que subes a mi espalda
sólo porque yo me dejo.
Y crees dominar mi alma
porque comprendes al mirarme;
aunque yo soy indomable,
indomable como el tiempo.
No me culpes a mi
de los mil soles pequeñitos
que cada mañana, al levantarte
te rodean;
mejor cúlpame de los mil besos
que, dirigidos a tu boca,
encierran.
Se me agostan las palabras
Entre junios y mayeos,
Traigo septiembre loco
Y un abril de ojos sin dueño.
Se me ha fugado diciembre
Acosado por enero.
Los noviembres se me esconden
Y el octubre tengo seco.
Leí que marzo se deshizo
En flores rojas por febrero,
Y este julio de ilusiones
Se me antoja campo yermo.
Yo te regalo, oh, amor imposible,
un trocito de mi mundo
encerrado en círculo de piedra,
y a ti, amor innecesario,
mi presencia y comprensión.
A ti, amor lejano,
te doy mis sueños;
y finalmente a ti,
sí, a ti, amor eterno
te regalo mi vida en cofre de oro.
Texto presentado para el Taller de Literautas.
La única premisa era que su título fuera «La maldición», además se añadía el reto de escribirlo sin una sola «t» y yo tiré de experimento y, por qué no decirlo, un poco de mala idea.
Acongojado, más bien vencido,
se hallaba el gallo en un rincón.
El día había pasado
cumpliendo con su función
y ahora ya no podía
ni decir “cocoricó”.
Incluso el pico le dolía,
ya no hablemos del espolón.
Y su cola, ayer colorida,
había perdido el fulgor.
Por cansado que se viera,
no habría descanso, no.
Cerró los ojos y ,en sueños,
claro el recuerdo acudió
del aviso que le diera
el gallo al que sucedió:
«Ve con cuidado, mi amigo,
que aquí hay una maldición;
pues, para un solo gallo,
demasiadas gallinas son.»