En el Club de las medias sonrisas hay miradas cómplices, besos furtivos almacenados en tarritos de cristal y tapetes de ganchillo en los respaldos de los sofás; los retratos de sus miembros (pasados y presentes) a contraluz, un grifo que gotea y unas cortinas de macramé; un portero sin guantes ni elegancia y un libro de visitas; una colección de ramos de novia desecados y de puntas de corbata de recién casado; hay también un pozo seco con las cartas de amor no correspondido y todos los domingos sirven pastas con el té.
En el Club de las medias sonrisas hay murmullos de “tequieros” que nunca se dicen del todo y de suspiros de primer beso entre dos enamorados; hay una banda de jazz todos los jueves y, una vez al mes, se hace limpieza general.