Cuando se enfadaba, todo su cuerpo parecía hecho de fuego. Era una sensación potente y extraña, tan intensa, que a veces creía que no podría controlarlo; como si, de repente, las yemas de sus dedos fueran a incendiarse, y sus ojos verdes pudieran tornarse oscuros, convertidos en rescoldos de carbón recién retirado de una hoguera.
Pasó mucho tiempo tratando de encontrar el agua con que sofocar aquello, pero terminó por descubrir que, si bien el aire sólo lograba incrementar su ira, hundir los pies en la tierra era el remedio para su mal; como si echar raíces fuera la única cura milagrosa.
🙂 Me he sentido un poco identificada con esta historia 😀 😀 😀
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