Abrazó la oxidada caja de galletas, última morada de todos los botones huérfanos que un día sirvieron en la casa. Quizá dentro se escondiera un corazón, pues el suyo se perdió entre los bordados de su traje de novia.
No tuvo valor para dejar plantado ante el altar al prometido que sus padres escogieron y marcharse con el mozo de caballos, más cariñoso y apuesto.
😦 Un triste cuento. En la vida, la cobardía nos pasa factura muchas veces. Todos tenemos una caja oxidada por algún rincón.
Me gustaLe gusta a 2 personas
Pues sí, aunque a veces solo está llena de botones.
Me gustaMe gusta
¡Vaya! ¡Cuánta amargura! Y todo por no tener el valor de hacer lo que en realidad se quiere hacer. Tirarse al vacío a ver qué pasa muchas veces es mejor que conformarse dentro de nuestra zona de confort.
Buen relato.
Un beso.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Remiendos para un corazón gastado. Como los codos, siempre se gastan del mismo sitio.
Me gustaLe gusta a 1 persona