No conciliaba el sueño sin haber leído antes; igual daba que fueran dos líneas que sabía que tendría que releer a la noche siguiente.
Leía para dormirse, y a veces el libro se cerraba mientras ella seguía la historia a su manera, en un duermevela extraño que le impedía después encontrar aquel segmento soñado entre las palabras del texto real.
En el fondo, aquel ratito antes de dejar que el subconsciente fuera dueño y señor de su vida por unas horas, necesitaba sentir el abrazo de una buena historia; un reflejo indeleble de los días en que le contaban un cuento antes de dormir.
Pero que rebonito escribe usted.
Afortunadamente yo tengo el sueño tan listo que si no me apuro a poner la cabeza en la almohada, corro el riesgo de quedarme dormido en el aire jaja.
Un beso.
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¡Qué gran verdad!
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Hay que alimentar a la máquina de hacer sueños
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