El viejo molino ya no tenía piedra con la que moler; tantos años de giros infinitos habían terminado por quebrarla, y el abandono puso fin a su voluntad de convertir el grano en pasta, pero el agua seguía discurriendo entre sus palas de madera, resistentes al paso del tiempo.
Era sorprendente que su corazón todavía tuviera pulso después de que los hombres que lo construyeron hubieran dejado de lado su utilidad por modernas máquinas que lo hacían todo más rápido y más cerca de las casas.
El viejo molino era feliz en su guarida de roca, viendo el riachuelo mezclar sus aguas con las olas del mar pocos metros más allá.
Nunca le faltaron días en los que aquellas mismas olas llegaran a lamerle los pies; especialmente cuando el mar se enfurecía, tirando espumarajos por encima del borde más alto del más alto acantilado y, con eso, el viejo molino tenía suficiente.
Cuanta nostalgia, una oda a la vejez que se rehusa a dejar de ser util. Muy bonito.
Aprovecho para comentarte que me dio gusto que no me dijeras nada de tildes en mi relato.. ¿acaso las puse todas?
Un abrazo.
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Gracias, Jose. No me había planteado que fuera una oda a la vejez; en realidad era algo un poco más optimista. Como que, después de trabajar sin descanso, era feliz con muy poca cosa y no se sentía despreciado.
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¡Buena micro Aurora!
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Gracias, colega. Estoy deseando que llegue el día de leer los textos del taller para volver a encontrarnos todos
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El molino ya no debía cumplir horarios, objetivos ni plazos. Simplemente disfrutar de su fluir. Es la definición de su felicidad. Muy buen micro, Aurora
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